El Incidente OVNI de Fort Dix-McGuire: Nuevas Revelaciones sobre un Encuentro Cercano y un Supuesto Encubrimiento Militar en 1978

Testigos Clave, Incluyendo Personal Militar, Romren su Silencio tras Décadas sobre la Presunta Recuperación de un Ser no Humano y las Amenazas del Gobierno para Ocultarlo.

Una gélida madrugada del 18 de enero de 1978 se convirtió en el epicentro de uno de los incidentes OVNI más intrigantes y mejor documentados de la historia moderna, un evento que involucró a múltiples ramas de seguridad, una presunta entidad biológica no humana y una operación de encubrimiento cuyas sombras se alargaron durante décadas. Los hechos, ocurridos en las adyacentes Base Aérea McGuire y Fort Dix en Nueva Jersey, han sido meticulosamente reconstruidos a través de testimonios de primera mano y documentación recopilada por investigadores civiles.

El incidente comenzó con avistamientos de objetos voladores no identificados sobrevolando ambas instalaciones militares, un hecho que por sí solo activó los protocolos de alerta. La situación escaló dramáticamente cuando un policía militar en Fort Dix reportó perseguir un objeto volador a baja altura. Según su testimonio, transmitido a sus superiores y posteriormente a la Policía Estatal de Nueva Jersey, una criatura de pequeña estatura, cabeza grande y cuerpo delgado se materializó frente a su vehículo. En un acto de pánico instintivo, el militar descargó su pistola automática calibre .45 contra el ser, que acto seguido huyó escalando la valla perimetral que separa Fort Dix de la Base Aérea McGuire, para desplomarse sin vida en una pista de aterrizaje secundaria y en desuso.

Fue en ese momento cuando el entonces sargento Jeff Morse (un seudónimo utilizado para proteger su identidad), miembro de la patrulla de seguridad de la Fuerza Aérea, se convirtió en un testigo crucial. Morse recibió la orden de acudir a la Puerta 5 para facilitar el acceso a un agente de la Policía Estatal, profundamente alterado y que insistía en ingresar a la base. Una vez en el perímetro, Morse y su equipo localizaron el cuerpo inerte tendido en el asfalto de la pista. Bajo la fría luz de los faros de los camiones militares, Morse pudo observar que la entidad, de aproximadamente 1.20 metros de altura, poseía una piel desnuda, sin pelo, de textura húmeda y brillante que recordaba a la de una serpiente, con una tonalidad general marrón grisácea. Un penetrante olor a amoníaco impregnaba el aire, un detalle común en otros relatos de presuntos accidentes de origen desconocido.

Inmediatamente, se implementó un operativo de máxima seguridad. La zona fue acordonada y, de manera sorpresiva, el control de la escena fue arrebatado al personal de seguridad regular por un equipo de individuos no identificados. Estos hombres, descritos por Morse como “boinas azules” debido a su tocado, vestían uniformes de faena carentes de parches, insignias o任何 tipo de identificación. Todos eran sargentos de estado mayor o de rango superior y actuaron con una eficiencia fría y profesional, excluyendo por completo a Morse y sus compañeros, a quienes se les ordenó permanecer fuera del perímetro bajo amenaza explícita.

La operación de recuperación fue metódica. Los especialistas rociaron el cadáver con un líquido desde un tanque portátil, lo cubrieron con una sábana blanca y lo colocaron sobre una plataforma sobre la que se construyó un marco de madera. Esta estructura fue finalmente introducida en un contenedor metálico plateado de grandes dimensiones. Horas más tarde, alrededor de las 7:00 a. m., un avión de carga C-141 Starlifter, identificable por sus marcas como perteneciente a la Base de la Fuerza Aérea Wright-Patterson en Ohio, aterrizó expresamente. La caja fue cargada en la aeronave, que despegó de inmediato rumbo a su destino final, presumiblemente las instalaciones ultrasecretas de Wright-Patterson, históricamente ligadas a la investigación aeronáutica anómala.

Sin embargo, para Jeff Morse y otros testigos, el calvario no terminó con la partida del avión. Dos días después, fueron subidos a otro C-141 y transportados a Wright-Patterson. Allí, fueron sometidos a un agresivo interrogatorio en un ambiente descrito como hostil, similar al de un consejo de guerra. Un trío de interrogadores, incluido un civil barbudo que permaneció en silencio, empleó tácticas de presión. Se les obligó a firmar documentos de confidencialidad que les vinculaban de por vida, bajo la amenaza de ser sometidos a una corte marcial si divulgaban cualquier detalle del suceso. Posteriormente, cada uno de los aviadores involucrados fue reasignado a bases en el extranjero, una táctica clásica de dispersión para romper el contacto entre testigos. Morse fue enviado a Okinawa, Japón.

La credibilidad de la historia se ve reforzada por la corroboración de otra fuente militar de alto rango. El entonces mayor George Filer III, oficial de inteligencia destinado en McGuire, no estaba de servicio esa noche, pero a la mañana siguiente fue informado del “cuerpo extraterrestre” y fue testigo de la inusual y frenética actividad en la base. Filer, un piloto experimentado que ya había tenido sus propios encuentros con OVNIs sobre los cielos de Inglaterra, confirmó que se le ordenó inicialmente informar al Estado Mayor para, acto seguido, ser instruido a guardar absoluto silencio. Filer ha declarado públicamente su disposición a testificar sobre lo que sabe ante el Congreso de los Estados Unidos.

Las décadas posteriores no han sido amables con Jeff Morse. Como consecuencia directa de su testimonio, ha afirmado ser víctima de acoso constante, amenazas veladas y una campaña de desprestigio que dificultó gravemente su reinserción laboral en el campo de la aplicación de la ley tras abandonar la Fuerza Aérea. Incluso en una visita a Estados Unidos en 1986, reportó una extraña “detención” en California bajo pretextos oscuros que nunca fueron aclarados, un evento que él y los investigadores que lo apoyan interpretan como una advertencia para disuadirlo de seguir hablando.

El escepticismo institucional ha sido la respuesta oficial. La Oficina de Investigaciones Especiales de la Fuerza Aérea (AFOSI) ha cuestionado la autenticidad de un borrador de informe del incidente proporcionado por Morse, arguyendo inconsistencias menores en la terminología burocrática. No obstante, estos argumentos han sido refutados por expertos que conocen los procedimientos reales de la Fuerza Aérea, señalando que las objeciones carecen de solidez.

El incidente de Fort Dix-McGuire se erige como un rompecabezas complejo y perturbador. Más allá de la fantástica narrativa de un ser disparado en una pista, el caso se sustenta en el testimonio coincidente de personal militar entrenado, en los procedimientos anómalos de recuperación ejecutados por un equipo fantasma, en las medidas coercitivas de silencio aplicadas a los testigos y en las consecuencias personales que estos sufrieron. La historia trasciende la mera anécdota para plantear preguntas incómodas sobre la opacidad de las instituciones de defensa y la posibilidad de que eventos de profunda implicación existencial sean sistemáticamente ocultados al escrutinio público bajo un manto de secreto, intimidación y desinformación. La credibilidad de los testigos y la consistencia de sus relatos, aún hoy, desafían una explicación convencional y exigen una investigación transparente.

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