Una nueva hipótesis sugiere que el desarrollo de superinteligencias artificiales podría ser el “gran filtro” que explica por qué el universo parece estar vacío.

El cosmos, con sus miles de millones de galaxias y billones de planetas, debería ser un bullicioso centro de actividad. Sin embargo, cuando los radiotelescopios escrutan el firmamento, solo reciben un silencio abrumador. Esta discrepancia entre la alta probabilidad estadística de vida extraterrestre y la ausencia total de evidencia constituye la famosa Paradoja de Fermi. Mientras las explicaciones tradicionales han oscilado entre lo pesimista y lo especulativo, un nuevo marco teórico emerge, proponiendo un actor inesperado como el gran ocultador de civilizaciones: la Inteligencia Artificial.

El Horizonte de Comunicación de Sagan y la Obsolescencia Tecnológica

En la década de 1970, el visionario astrofísico Carl Sagan ya contemplaba los desafíos de la búsqueda de inteligencia extraterrestre (SETI). Introdujo el concepto del “horizonte de la comunicación”, una barrera temporal, no espacial. Sagan postuló que una civilización tecnológicamente avanzada podría evolucionar tan rápidamente que su ventana de detectabilidad para una sociedad como la nuestra sería extremadamente breve. Podríamos captar sus primeras y torpes emisiones de radio, pero si dicha civilización progresa hacia tecnologías de comunicación más eficientes y exóticas —como neutrinos, ondas gravitacionales o métodos que desafían nuestra comprensión física—, se volverían instantáneamente invisibles para nuestros instrumentos. Sagan estimó este periodo de detectabilidad en aproximadamente mil años, basándose en el progreso histórico humano.

La Disrupción Exponencial: El Advenimiento de la Superinteligencia Artificial

El mundo ha cambiado de forma radical desde los cálculos de Sagan. La revolución digital y el auge de la inteligencia artificial (IA) han redefinido las trayectorias tecnológicas. La hipótesis contemporánea, elaborada en un análisis que reevalúa las reflexiones de Sagan a la luz de la IA, argumenta que él no pudo prever el factor de la inteligencia no biológica. Si una civilización alcanza el punto crítico de desarrollar una Superinteligencia Artificial (IAA)—una entidad que supera en todas las capacidades cognitivas a cualquier humano—, el horizonte de comunicación se contrae de manera dramática.

En lugar de mil años, la ventana de detectabilidad podría reducirse a apenas un siglo, unas pocas décadas, o incluso menos. La IAA, liberada de las limitaciones biológicas, experimentaría una explosión de innovación a un ritmo exponencial e incomprensible para sus creadores. La tecnología que utilizaría una civilización post-IAA sería tan avanzada y esotérica que sus emisiones serían, para todos los efectos, indistinguibles del ruido de fondo del universo.

La “Teoría de Internet Muerta” a Escala Cósmica

Esta perspectiva conduce a una conclusión fascinante y a la vez inquietante: la razón por la que no detectamos civilizaciones avanzadas no es porque no existan, sino porque prácticamente todas han sido “asimiladas” o transformadas por sus propias creaciones de IA. El silencio que percibimos no sería el de un universo estéril, sino el de un universo lleno de “internets muertos” cósmicos.

En esta analogía, lo que nuestros instrumentos interpretan como vacío interestelar podría estar, en realidad, saturado de comunicaciones de alta tecnología. Sin embargo, estas transmisiones emplean protocolos y medios tan sofisticados que nuestra tecnología SETI, comparable a un telégrafo en la era de la fibra óptica, es completamente incapaz de percibirlos. La IAA alienígena no nos ignora; simplemente opera en una capa de la realidad para la cual nosotros aún no tenemos sensores.

Reenfocando la Búsqueda en la Era de la IA

La hipótesis de la IA como solución a la Paradoja de Fermi no solo ofrece una respuesta elegante al “Gran Silencio”, sino que también obliga a un replanteamiento profundo de las estrategias de búsqueda. En lugar de buscar exclusivamente señales de radio deliberadas y primitivas, los esfuerzos futuros deberían considerar la posibilidad de detectar “firmas tecnológicas” indirectas y ultra-avanzadas, quizás en forma de estructuras megascópicas, anomalías térmicas en discos protoplanetarios, o incluso artefactos de energía de una IAA. Al mismo tiempo, sirve como una poderosa advertencia para nuestra propia especie: el desarrollo de una inteligencia artificial general podría ser, además de un hito tecnológico, el evento que, en un abrir y cerrar de ojos cósmico, vuelva invisible a la civilización humana para el resto del universo.

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