De Shiva a Apophis: 6.000 años temiendo al mismo enemigo “El dios de la destrucción no ha muerto: solo cambió de nombre”
Durante milenios, la humanidad ha temido al cielo. No por las nubes ni por la lluvia, sino por aquello que, de forma imprevisible, puede caer desde lo más profundo del espacio. Mitos de fuego celestial, destrucciones enviadas por los dioses y estrellas que anuncian el fin del mundo aparecen en culturas separadas por océanos y siglos. Hoy sabemos que esos relatos no fueron simples fantasías: la Tierra ha sido golpeada repetidas veces por asteroides capaces de cambiar la historia del planeta. Entre profecías modernas, temores colectivos y datos científicos, este trabajo recorre el hilo invisible que une los mitos antiguos con las amenazas reales del cosmos desde Shiva y Sekhmet hasta 1999 AN10 y el encuentro de 2029.
Un Miedo Atávico Grabado en el Cielo
La humanidad ha alzado la vista hacia el firmamento con una dualidad perpetua: reverencia y terror. Durante milenios, el temor no se ha centrado solo en las tinieblas, sino en aquello que, de forma impredecible, puede emerger de ellas para sembrar el caos. Mitos de fuego celestial, dioses iracundos y estrellas que anuncian el fin del mundo aparecen con asombrosa coherencia en culturas separadas por continentes y eras. Hoy, la ciencia confirma que estos relatos no eran meras fantasías: la Tierra ha sufrido impactos cósmicos que han reescrito la historia de la vida. Este artículo traza el viaje de esta amenaza arquetípica, desde su personificación en deidades destructoras hasta su cuantificación en asteroides con nombre y órbita, explorando cómo el “dios de la destrucción” nos ha perseguido, y cómo ahora, por primera vez, aprendemos a escrutar su rostro.
I. Los Ecos del Trauma: Mitología Universal como Registro de Cataclismos
Civilizaciones antiguas codificaron en sus panteones el recuerdo o la intuición de catástrofes cósmicas, describiendo fenómenos de una forma que la astronomía moderna encuentra inquietantemente familiar.

El Fuego Purificador de Oriente: En el hinduismo, el ciclo del Pralaya incluye el Āgneyapralaya, una destrucción por fuego donde “el cielo se incendia” y “las estrellas caen”. Armas divinas como el Pashupatastra o el Brahmastra son descritas como una luz cegadora “como diez mil soles” que cae del cielo, quema mundos y contamina la tierra por generaciones, evocando claramente un impacto masivo, una explosión atmosférica gigantesca o incluso la lluvia radiactiva posterior.

La Ira del Sol y el Caos Egipcio: En el Nilo, el dios Ra enviaba a la feroz Sekhmet como un fuego abrasador del “Ojo de Ra” que descendía para castigar a la humanidad. Seth, dios del caos, personificaba las tormentas violentas y el “gran golpe celeste”. Significativamente, el asteroide que hoy simboliza la amenaza moderna lleva el nombre de Apophis (Apep), la serpiente primordial egipcia que cada noche intentaba devorar la barca solar y sumir al cosmos en el caos.

El Crepúsculo de los Dioses Nórdicos y el Fuego de Surtr: La profecía del Ragnarök pinta un cuadro apocalíptico donde Surtr, el gigante de fuego, avanza desde el sur con una espada que brilla “como una estrella ardiente”, incendiando los nueve mundos. El cielo se parte, las estrellas se desprenden y el sol se ennegrece, una secuencia que coincide punto por punto con las consecuencias de un invierno de impacto provocado por un gran asteroide o cometa.

Ciclos de Destrucción Mesoamericana y las Profecías Nativas: Los aztecas registraron la era del Tercer Sol, terminada por una “lluvia de fuego” celestial. Los mayas, en el Popol Vuh, relataron cómo los dioses enviaron una lluvia de piedra ardiente y resina caliente desde el cielo. En Norteamérica, la profecía Hopi de la Estrella Azul Kachina que cae y purifica la Tierra con fuego resuena con el mismo simbolismo.

Un Legado Común: Este patrón se repite en el budismo (los Tres Fuegos Cósmicos), el zoroastrismo (el Frashokereti, con metal fundido cayendo del cielo), y en los textos abrahámicos, desde el fuego sobre Sodoma hasta la Estrella Ajenjo del Apocalipsis, descrita como “una gran estrella ardiente” que envenena las aguas.
II. Pergaminos, Profetas y la Persistencia del Presagio
La angustia cósmica trascendió la tradición oral y se grabó en textos clave, mientras visionarios modernos reinterpretaron el arquetipo.

Crónicas Antiguas: El Papiro Ipuwer egipcio lamenta un país en ruinas donde “el cielo está en confusión”. Los Pergaminos del Mar Muerto y el Libro de Enoc hablan de estrellas que se desvían y fuego celestial. El Popol Vuh y la Völuspá nórdica cierran el círculo intercontinental con narrativas de destrucción cósmica.
Profecías Modernas y el Poder del Simbolismo: En el siglo XVI, Nostradamus escribió: “Del cielo vendrá un gran Rey de Terror“, una cuarteta que muchos han asociado a un evento cósmico. En el siglo XX, el argentino Benjamín Solari Parravicini plasmó en sus psicografías imágenes de globos terrestres con líneas de fuego descendente y la frase “El fuego caerá del cielo y nada quedará”. Estas visiones, aunque simbólicas, alimentan la narrativa cultural del cataclismo exterior.
III. 2027: Entre el Mito Moderno y la Realidad Científica
El año 2027 se convirtió en un punto focal de ansiedad apocalíptica moderna. El escritor J.J. Benítez generó gran alarma al predecir el impacto de un supuesto asteroide de 28 km en el Caribe en agosto de ese año, anunciando 1.200 millones de muertos. Esta afirmación, carente de base científica, es un ejemplo contemporáneo de cómo el arquetipo del destructor celeste se viste con ropajes pseudo-proféticos.

La realidad científica para 2027 es diferente y conocida. Ese año, el asteroide 1999 AN10 –un objeto potencialmente peligroso de aproximadamente 1 kilómetro de diámetro– realizará un acercamiento a la Tierra. Sin embargo, gracias a décadas de observaciones (con datos que se remontan a 1955), su órbita está exquisitamente calculada. El 7 de agosto de 2027, pasará a una distancia segura de unos 389,000 km, más lejos que la Luna. No hay riesgo de impacto. Este caso ejemplifica la brecha entre el temor infundado y el conocimiento astronómico preciso.
IV. Apophis: El Dios del Caos con Órbita Conocida
La personificación más clara de la amenaza en el siglo XXI es 99942 Apophis. Descubierto en 2004, este asteroide de aproximadamente 370 metros de diámetro –suficiente para causar una devastación continental– generó una breve pero histórica alerta de impacto para 2029. Observaciones posteriores descartaron ese escenario, pero confirmaron un evento extraordinario: el 13 de abril de 2029, Apophis pasará a tan solo 31,600 kilómetros de la superficie terrestre, por debajo de la órbita de los satélites geoestacionarios. Será visible a simple vista como un punto de luz en movimiento cruzando el cielo nocturno.

Este encuentro no es una amenaza, sino una oportunidad única. La gravedad terrestre alterará significativamente la órbita de Apophis, haciendo crucial su seguimiento para descartar riesgos futuros. Es un laboratorio natural perfecto para la defensa planetaria.
V. La Respuesta Moderna: De la Adoración a la Deflexión
Frente al dios de la destrucción, la humanidad ha evolucionado desde la súplica ritual hasta la acción tecnológica. Hoy, una red global de telescopios como Pan-STARRS, Catalina Sky Survey y el futuro NEO Surveyor de la NASA, rastrea y cataloga sistemáticamente Objetos Cercanos a la Tierra (NEOs). El evento de Chelyábinsk en 2013, con sus más de 1,500 heridos, fue un recordatorio brutal de que la amenaza, aunque estadísticamente baja, es tangible.
La respuesta más contundente llegó en 2022 con la misión DART de la NASA, que impactó con éxito la pequeña luna del asteroide Dimorphos, alterando su órbita y demostrando, por primera vez en la historia, que la humanidad posee la capacidad tecnológica para desviar un asteroide. La próxima misión HERA de la ESA estudiará en detalle las consecuencias de este impacto pionero.
Conclusión: El Perseguidor y el Vigía
El dios de la destrucción, ya sea llamado Shiva, Surtr, Sekhmet o Apophis, nunca ha dejado de perseguirnos. Su presencia ha tomado formas diversas: primero como deidad iracunda en los mitos, luego como presagio en los pergaminos y profecías, y finalmente como una roca con nombre y trayectoria calculable en los catálogos astronómicos. Lo que ha cambiado radicalmente es nuestra posición frente a él. Ya no somos solo espectadores aterrorizados que relatan su furia en piedra o papiro. Nos hemos convertido en vigías armados con matemáticas, telescopios y naves espaciales.
La persecución continúa, pero por primera vez en nuestra larga historia, estamos aprendiendo a correr más rápido, a ver más lejos y, potencialmente, a desviar el golpe. El miedo ancestral al cielo que se incendia nos ha legado la determinación de asegurar nuestro futuro en el cosmos.
