El Arca de Noé Cósmica: La Historia Olvidada del Programa SETI Soviético en la Guerra Fría
Cómo la radioastronomía y la rivalidad espacial impulsaron a la URSS a liderar la búsqueda de inteligencia extraterrestre, un legado de cooperación científica en un mundo dividido.
En los años más crudos de la Guerra Fría, mientras Estados Unidos y la Unión Soviética competían por la supremacía terrestre y espacial, un proyecto científico de escala cósmica comenzaba a tomar forma. Lejos de los reflectores de la carrera lunar, un grupo de mentes brillantes en la URSS se embarcó en una misión que trascendía las fronteras ideológicas: la Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre (SETI). Esta es la historia de cómo la radioastronomía soviética, nacida de la tecnología militar, se convirtió en el instrumento para una de las aventuras intelectuales más ambiciosas de la humanidad, un esfuerzo que encontró un punto de unión improbable en el mitológico Monte Ararat.

El radar planetario, construido en 1960 en Crimea, desde el cual se envió la señal Morse «MIR, Lenin, URSS» en noviembre de 1962. Archivo del Observatorio Nacional de Radioastronomía.
Los Cimientos: Del Radar a las Estrellas
El advenimiento de la radioastronomía tras la Segunda Guerra Mundial revolucionó la comprensión del cosmos. Los científicos, utilizando antenas de radar reconvertidas, descubrieron que podían detectar ondas de radio emitidas por objetos celestes. En la Unión Soviética, esta disciplina encontró a su paladín en Iosif Samuilovich Shklovsky, una figura monumental cuya obra sentaría las bases del SETI.
Shklovsky realizó contribuciones fundamentales, como el desarrollo de un método para detectar hidrógeno cósmico mediante radioondas, permitiendo cartografiar la estructura de las galaxias. Este fue el pistoletazo de salida de la edad dorada de la radioastronomía en la década de 1960, un período que vería el descubrimiento de púlsares y cuásares. Sin embargo, Shklovsky dio un paso conceptual más audaz. En 1960, publicó un artículo seminal que exploraba la posibilidad de utilizar ondas de radio para contactar con civilizaciones extraterrestres, idea que expandió en su influyente libro “Universo, Vida, Inteligencia” (1962).

Una señal detectada por científicos del programa SETI desde un satélite en la década de 1970, durante una búsqueda de civilizaciones extraterrestres realizada desde las montañas del Pamir. Archivos del NRAO .
El Mensaje a Venus y el Nacimiento de un Programa
El mismo año de la publicación del libro, la URSS materializó simbólicamente esta ambición. La Academia de Ciencias soviética transmitió el primer mensaje de radio interestelar deliberado desde un radar en Crimea, dirigido a Venus. El mensaje, codificado en Morse, contenía las palabras “Lenin”, “URSS” y “Mir” (paz o mundo). Aunque era un gesto más propagandístico que científico, diseñado para exhibir el poderío tecnológico soviético, marcó un hito: la semilla del programa SETI soviético había sido plantada.
No obstante, la búsqueda era aún incipiente y desorganizada. Los radioastrónomos, concentrados en el centro de Rusia, necesitaban una estructura formal para coordinar sus esfuerzos. Preocupados por atraer una atención pública prematura, organizaron en 1964 una conferencia discreta en el Observatorio Astrofísico de Byurakan, en Armenia. Este encuentro fue fundamental: allí se estableció un grupo de trabajo estatal dedicado exclusivamente a la búsqueda de señales de radio artificiales de origen extraterrestre. SETI se había convertido oficialmente en un programa científico centralizado de la URSS.
Desafíos en la Cortina de Hierro y un Encuentro Histórico
La naturaleza del proyecto presentaba paradojas únicas en el contexto soviético. Por un lado, la búsqueda de señales artificiales recibió validación estatal; por otro, cualquier investigación sobre este tipo de transmisiones estaba sujeta a una estricta vigilancia gubernamental, dado que los satélites militares dependían de ellas. El secretismo inherente al régimen dificultaba la coordinación interna y, por supuesto, la colaboración internacional.
Sin embargo, el impulso científico prevaleció. El punto culminante de esta era llegó en 1971, con un simposio internacional, nuevamente en Byurakan. Al evento acudieron alrededor de 50 científicos, principalmente de EE.UU. y la URSS, pero también de otras naciones como el Reino Unido y Checoslovaquia. En plena Guerra Fría, este encuentro fue bautizado por algunos asistentes como el “Arca de Noé”, una analogía poderosa: al pie del Monte Ararat —donde la tradición sitúa el desembarco del arca bíblica—, un grupo igualado de científicos del Este y el Oeste se reunía para salvar el conocimiento de una posible destrucción mutua, colaborando en una búsqueda que unía a la humanidad.
Un Legado que Perdura
El programa SETI soviético, iniciado con las iniciativas pioneras de Shklovsky y formalizado en las conferencias de Byurakan, dejó un legado perdurable. Fue el primer campo de la astronomía en estudiar las señales de radio artificiales como fenómeno científico, abordando indirectamente el problema de las interferencias en una era de escasa regulación. Más importante aún, el grupo de trabajo establecido en 1971 sigue activo hoy, conectando a investigadores globales en la búsqueda de una respuesta a la pregunta más profunda: ¿estamos solos?
Aunque las ondas de radio interestelares aún no han entregado el mensaje tan anhelado, la búsqueda en sí misma ha sido un triunfo. Demostró que la curiosidad científica puede construir puentes incluso sobre los abismos geopolíticos más profundos. El “Arca de Noé” cósmica no encontró extraterrestres, pero sí preservó y fomentó un diálogo entre rivales, recordándonos que, en la inmensidad del cosmos, todas las voces humanas pertenecen a la misma tripulación.
Con información de The Conversation
