El Ártico Arde por Dentro: La Combustión Espontánea que Alimenta los Incendios Zombis
Un estudio pionero revela que el calentamiento extremadamente rápido puede provocar que las turberas se enciendan solas, sin necesidad de una chispa, desafiando las estrategias contra el fuego y acelerando el cambio climático.
En las gélidas extensiones del Ártico, un enemigo silencioso y persistente desafía los esfuerzos de extinción y las leyes de la naturaleza. Son los “incendios zombis”, fuegos que, lejos de apagarse con la nieve invernal, se sumergen en las profundidades del suelo, ardiendo lentamente en la turba para resurgir con virulencia con el deshielo primaveral. Durante décadas, se asumió que estos fenómenos eran simplemente rescoldos de incendios superficiales. Sin embargo, una nueva investigación plantea una hipótesis más alarmante: el cambio climático está provocando que estos suelos se enciendan por combustión espontánea.
La Paradoja del Fuego Subterráneo
Los incendios zombis, documentados desde mediados del siglo XX como rarezas, han experimentado un aumento dramático en su frecuencia e intensidad durante las últimas dos décadas. Este repunte coincide con la aceleración del calentamiento en el Ártico, una región cuya temperatura se incrementa a un ritmo muy superior al del resto del planeta. A principios de 2024, solo en la Columbia Británica canadiense, se contabilizaban más de un centenar de estos fuegos latentes. Incluso en Oymyakon, Siberia, conocido como el pueblo más frío de la Tierra, los incendios zombis han logrado mantenerse activos durante varios inviernos, siendo responsables de aproximadamente el 3.5% de la superficie quemada anualmente en la zona.
El verdadero peligro reside en lo que estos incendios queman. Los suelos de turba del Ártico son el depósito terrestre de carbono más grande del mundo, atrapando más de este elemento que toda la atmósfera combinada. La combustión lenta y prolongada de estas turberas está liberando gigatoneladas de carbono a la atmósfera, alimentando un ciclo de retroalimentación que podría ser imparable.
El Punto de Ignición: No es el Calor, es la Velocidad
Frente a este misterio, un equipo de científicos desarrolló un modelo matemático para simular la respuesta de las turberas a las variaciones climáticas. El modelo incorporó un factor crucial a menudo pasado por alto: el calor generado por los microbios durante la descomposición de la materia orgánica. Los resultados, publicados recientemente, arrojaron dos conclusiones revolucionarias.
En primer lugar, se identificó un nuevo estado de la turba, denominado “estado metaestable caliente”. En este estado, la actividad microbiana puede elevar la temperatura de la turba subterránea hasta aproximadamente 80 °C, permitiendo una combustión lenta durante el invierno, incluso sin que haya existido un incendio en la superficie. Este estado puede persistir hasta por una década, hasta que el combustible se agota.
El segundo hallazgo, y el más significativo, es el desencadenante de esta transición. No es simplemente el aumento de la temperatura atmosférica lo que provoca la ignición subterránea, sino la velocidad a la que este calentamiento se produce. Cuando el calentamiento atmosférico supera un umbral crítico de rapidez, el suelo de turba bioactiva sufre una transición abrupta desde su estado frío habitual al estado de combustión lenta. Si el mismo incremento de temperatura ocurre de forma más paulatina, el sistema permanece estable y no se enciende.
Combustión Espontánea: De la Teoría a la Evidencia Circunstancial
Aunque este fenómeno de combustión espontánea inducida por el calentamiento rápido aún no se ha verificado experimentalmente en turberas, existen paralelismos en el mundo real que le dan credibilidad. El caso más ilustrativo ocurrió en las afueras de Londres durante la ola de calor de 2022, donde un gran incendio fue probablemente causado por la autocombustión de una pila de compost, un material muy similar a la turba en su composición y comportamiento. Este incidente demuestra que el mecanismo físico no solo es plausible, sino que ya opera en otros contextos.
Una Carrera Contra el Tiempo Climático
La investigación sitúa a los incendios zombis como un ejemplo potencial de “punto de inflexión inducido por la velocidad”. Este concepto describe sistemas naturales que, al verse sometidos a cambios ambientales demasiado rápidos, colapsan y transitan hacia un nuevo estado, a menudo irreversible en escalas de tiempo humanas. La lucha contra estos incendios no puede centrarse únicamente en la extinción; es una batalla contra la variabilidad climática desbocada.
Mientras los esfuerzos políticos se concentran en establecer umbrales de temperatura global, este estudio sugiere que la tasa de cambio —la rapidez con la que alcanzamos esos umbrales— es igual de crítica para nuestra resiliencia a corto plazo. Limitar la velocidad del calentamiento global no es solo una cuestión de grados, sino de prevenir que los mismos ecosistemas que amortiguan el cambio climático, como las turberas del Ártico, se conviertan en su principal combustible. El mensaje es claro: para apagar los fuegos zombis, primero debemos frenar la velocidad a la que cambia nuestro planeta.
