El Gran Silencio Cósmico: Nuevos Cálculos Redefinen la Búsqueda de Civilizaciones Extraterrestres
Un estudio austriaco sugiere que la ventana de oportunidad para que dos civilizaciones inteligentes coexistan y se encuentren en la galaxia es excepcionalmente estrecha, elevando la soledad cósmica a nuevas cotas.
La posibilidad de establecer contacto con una civilización extraterrestre inteligente es una perspectiva aún más remota de lo que estimaban modelos anteriores, según una nueva investigación presentada en el Congreso Científico Europlanet 2024. El estudio, elaborado por los científicos Manuel Scherf y Helmut Lammer de la Academia Austriaca de Ciencias, introduce una serie de criterios biogeoquímicos críticos que, en conjunto, formarían un cuello de botella casi insuperable para el surgimiento y la supervivencia sincronizada de especies tecnológicas.
La investigación, que combina modelos de evolución planetaria y astrobiología, no se centra en la mera existencia de vida microbiana, sino en las condiciones específicas que deben converger y mantenerse durante miles de millones de años para permitir el advenimiento de una civilización capaz de la comunicación interestelar. Los hallazgos pintan un panorama donde la Vía Láctea, a pesar de albergar miles de millones de planetas, podría estar mayoritariamente sumida en un silencio tecnológico.
Los Pilares de una Civilización Sostenida
El equipo de investigadores identifica tres requisitos fundamentales interconectados que un planeta debe cumplir para ser cuna de una civilización tecnológica duradera. El primero es la presencia de un regulador climático activo y a largo plazo: la tectónica de placas. Este mecanismo geológico es crucial para reciclar el dióxido de carbono (CO2) a través del ciclo carbono-silicio, estabilizando la temperatura superficial y evitando una glaciación perpetua o un efecto invernadero desbocado.
No obstante, este proceso no es eterno. “Tarde o temprano, se eliminará tanto CO2 de la atmósfera que la fotosíntesis dejará de funcionar. En la Tierra, esto se espera en aproximadamente 200 millones a mil millones de años”, explicó Scherf durante su presentación. Este límite impone una fecha de caducidad a la biosfera productiva de cualquier planeta.
El segundo pilar es la persistencia. La biosfera debe ser lo suficientemente estable durante un periodo lo bastante extenso como para que la vida simple de el salto evolutivo hacia la complejidad y, eventualmente, hacia la inteligencia tecnológica. En nuestro caso, este proceso demandó alrededor de 4.500 millones de años, una fracción significativa de la vida útil total estimada de la Tierra.
El Oxígeno: La Llave de la Tecnología
El tercer y quizás más decisivo factor es la composición atmosférica. El estudio enfatiza el papel del oxígeno no solo para la respiración, sino como un catalizador indispensable para el desarrollo tecnológico. Los autores calcularon que con niveles atmosféricos de oxígeno inferiores al 18%, la combustión del fuego, tal como la conocemos, se volvería ineficiente o imposible.
Sin la capacidad de generar y controlar el fuego de manera fiable, hitos fundamentales para la civilización humana –como la metalurgia, la cocción de cerámica y la posterior Revolución Industrial– nunca habrían sucedido. Un planeta podría estar repleto de vida compleja, pero si su atmósfera no permite la ignición, es probable que sus habitantes permanezcan en una etapa pretecnológica.
Una Galaxia de Soles Solitarios
Al integrar estos criterios en sus modelos, Scherf y Lammer llegaron a una conclusión que amplía las distancias cósmicas. Según sus cálculos, la civilización tecnológica más cercana a la Tierra, en un escenario optimista, probablemente se encontraría a unos 33.000 años luz de distancia, situándose en el bulbo galáctico o en el brazo espiral opuesto de la Vía Láctea.
Además, para que exista una ventana de oportunidad real para el contacto, dicha civilización necesitaría haber surgido y sobrevivido en un marco de tiempo que se solape con el nuestro. El estudio estima que este periodo de superposición debería ser de al menos 280.000 años, un parpadeo en la escala del tiempo cósmico, pero un desafío monumental para la estabilidad de cualquier sociedad.
Aunque las conclusiones puedan parecer desalentadoras para los entusiastas de SETI (Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre), los investigadores no abogan por abandonar la búsqueda. Por el contrario, este nuevo marco teórico proporciona un conjunto de criterios más refinados para priorizar los objetivos de observación. En lugar de buscar en cualquier exoplaneta en la zona habitable, los astrónomos podrían enfocarse en aquellos mundos que muestren signos de una atmósfera rica en oxígeno y nitrógeno, y cuyas características geológicas sugieran una actividad tectónica activa.
El estudio de Scherf y Lammer no cierra la puerta al sueño de encontrar compañía en el universo, pero sí sugiere que el camino es más largo y solitario de lo que se había imaginado. La grandeza de la galaxia, según esta perspectiva, no reside en un bullicioso mercado de culturas interestelares, sino en la rareza y preciosidad de cada civilización que logra, contra todo pronóstico, alzar la mirada hacia las estrellas.