¿Estamos solos en el Universo? (Parte I)

Por Rodrigo Bravo Garrido

Desde que los humanos hacemos uso de la razón, mantenemos dos preguntas filosóficas esenciales y que permanecen sin solución durante toda nuestra existencia; ¿qué pasa después de la muerte? y ¿Qué hay mas allá de nuestra atmósfera?

Ambas interrogantes no poseen objeciones concretas, al menos por ahora, y si aparentemente se formulan hipótesis para contestarlas, estas son parciales o más bien difusas. De hecho, mediante el uso del conocimiento el hombre busca algo parecido a lo que puede ser considerado como “la verdad” acerca de estos enigmas que, necesariamente, acompañan nuestro paso por este mundo.

Para la primera incógnita, la respuesta se obtiene a través de la idea de que los seres humanos poseemos una figura extracorporal denominada alma que, aparentemente y posterior a nuestra muerte física, se traslada a lugares etéreos, calificados con diversos nombres por la creencia popular. Esta afirmación se sostiene de manera transversal en las sociedades desde los orígenes de la llamada “religión primitiva”, manteniéndose de manera ferviente hasta nuestros días mediante el uso exclusivo de la fe. Uno de los principales filósofos que desarrollo estudios sobre las religiones y los conceptos que la subyacen, fue Émile Durkheim (1858-1917).

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Para la segunda interrogante el panorama es todavía más desolador, pero con una diferencia sustantiva y que se soluciona, imaginativamente al menos, observado el espacio inmediato en el que nos encontramos insertos, comenzando por el estudio de nuestro planeta Tierra, el Sistema Solar, la Vía Láctea, el Grupo Local de galaxias y todo lo que continúa hasta llegar al universo conocido. De esta forma entonces, y con las dimensiones siderales que logramos distinguir, es muy probable o más bien evidente la presencia de algún tipo de vida en este gigantesco espacio que lleva el calificativo de cosmos.

La inspección del cielo, en especial en las horas de oscuridad, comenzó cuando el hombre se transforma en un ser sedentario, estableciendo de esa manera las primeras tribus con dominio territorial. El asombro provocado por el firmamento, da inicio precisamente a los primeros estudios del universo. De esta manera la astronomía parte en Grecia, pero su plataforma de estudio actual emana desde la Revolución Copernicana, cuando el monje polaco Nicolás Copérnico (1473-1534) formula el modelo heliocéntrico del Sistema Solar, a través de su obra De Revolutionibus Orbium Coelestium (1534), la que fue defendida por el matemático italiano Galileo Galilei (1564-1642), corregida por el alemán Johannes Kepler (1571-1630) y finalmente perfeccionada por la Ley de Gravitación Universal del astrónomo inglés Isaac Newton (1642-1727).

El desarrollo de la cosmología a partir del siglo XX, nos traspasó gran parte de la comprensión astronómica que alcanzamos en nuestros días y que, con el proceso de acumulación de conocimiento, hoy sabemos y entendemos algunos datos del universo que son extraordinarios. Por ejemplo, el cosmos posee la edad de 13.700 millones de años y a su vez, nuestro planeta tiene 4550 millones. Como dato anexo y que ayuda a entender estos períodos, los dinosaurios surgieron en la Tierra aproximadamente hace 260 millones de años y desaparecieron hace 66 millones. El ser humano data alrededor de 3,5 millones de años incluyendo todo su proceso evolutivo, entonces el homo sapiens, es decir nosotros, emergemos recién hace 200 mil años. Los datos que poseemos en la escritura datan de 4500 años aC, lo que deja un margen de 196.500 años que no tenemos la menor idea qué sucedió con los humanos que habitaron nuestro propio planeta.

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En una analogía, si reducimos y asimilamos la edad del universo a un calendario de un año completo, es decir 365 días distribuidos en 12 meses, el ser humano aparece recién en el planeta Tierra el día 31 de diciembre, a las 21:25 horas.

Hagámonos la idea entonces que en realidad no tenemos una mayor importancia en la Historia y menos en el funcionamiento del cosmos, no obstante, nuestra mayor fortaleza es nuestra inteligencia resumida en el uso de la razón. (aunque a veces nos hacemos dudar a nosotros mismos de nuestras capacidades de racionalidad, lógica y en especial de sensatez).

Si al mismo tiempo analizamos las distancias, estos datos son literalmente para volverse loco, ya que nuestro universo posee una dimensión de 97 mil millones de años luz. Imagínense lo que es alcanzar la velocidad de la luz (300.000 km/s) y lo que se demoraría alguien, o algo, en recorrer desde un rincón del cosmos hasta el otro extremo.

Resumiendo, al observar la edad del universo y en especial las distancias que posee y que hasta ahora son conocidas, deja completamente abierta la probabilidad que pueda existir algún tipo de vida en cualquiera de sus formas; celular, vegetal, animal o incluso con inteligencia, y no necesariamente en este instante, sino que hace millones de años o también en un futuro no tan lejano.

A pesar de nuestros esfuerzos por encontrar vida o más bien buscar el contacto con aquellas potenciales inteligencias, mediante las sondas Pioneer 10 (1972), Pioneer 11 (1973), Voyager 1 y Voyager 2 (1977), sumando incluso el Mensaje de Arecibo (1974), no hemos recogido, hasta ahora, interacción alguna con nada, ni con nadie, salvo el dilema que ha generado Oumuamua y la publicación del libro Extraterrestre del astrofísico Avi Loeb. Ese tema en especial, nos dará un amplio debate por muchos años más.

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De todas maneras, la cosmología que estudia la formación y desarrollo del cosmos, mediante la astronomía, la astrofísica, la astroquímica y la astrobiología, analizando sus cuerpos celestes, las galaxias, la materia oscura y cada uno de los elementos que componen el universo, también se ocupa de la investigación de posibilidades de vida fuera de nuestra atmósfera, ambicionando algún día encontrar rasgos de cierto tipo de existencia, que, en un universo de dimensiones infinitas, lo más probable es que sí exista.

Por Rodrigo Bravo Garrido

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