¿Podría una llamarada solar extinguir la vida en la Tierra como en la película Presagio? La ciencia responde
La película Presagio (Knowing, 2009), protagonizada por Nicolas Cage, presenta uno de los finales apocalípticos más crudos y literales del cine reciente: una gigantesca llamarada solar que incinera la superficie terrestre y aniquila a casi toda la humanidad en cuestión de minutos. Esta imagen, tan poderosa como aterradora, ha calado en el imaginario colectivo, planteando una pregunta inquietante sobre la estabilidad de nuestro Sol. ¿Es este evento de ciencia ficción una posibilidad científica real? La respuesta de los astrofísicos es un matizado “sí, pero no como se muestra”.
El fenómeno central de la cinta puede clasificarse como una superfulguración o “superflare”, un concepto que la ciencia maneja pero que la narrativa fílmica exagera hasta el extremo. En la película, esta eyección de energía es de una magnitud sin precedentes, capaz de anular por completo el escudo protector del campo magnético terrestre. La radiación y el calor resultantes son tan intensos que actúan como una onda de fuego global, carbonizando bosques, evaporando océanos y fundiendo estructuras metálicas en un instante, sin posibilidad de refugio.
Frente a este escenario de ficción, la realidad científica ofrece un panorama diferente, aunque no exento de riesgos. El Sol emite llamaradas y eyecciones de masa coronal (EMC) de forma regular como parte de su ciclo natural. Estos eventos pueden ser poderosos y disruptivos. El ejemplo histórico de referencia es el Evento Carrington de 1859, una tormenta geomagnética tan potente que provocó auroras boreales visibles en el Caribe y hizo que los sistemas de telégrafo, la tecnología punta de la época, echaran chispas y provocaran incendios.
Auroras en Santiago y Concepción en Chile tras el evento Carrington
En la era digital, un evento de similar magnitud tendría consecuencias catastróficas, pero de una naturaleza distinta a la mostrada en Presagio. Una tormenta solar severa podría freír los circuitos de miles de satélites, interrumpir las redes de GPS y de comunicaciones globales, y provocar apagones eléctricos masivos y prolongados al sobrecargar las redes de distribución de energía. El colapso sería tecnológico y socioeconómico, no una incineración física inmediata de la biosfera.
No obstante, la ciencia no descarta por completo la posibilidad teórica de un evento extremo. Los astrónomos han observado superfulguraciones en estrellas similares al Sol, explosiones que liberan una energía hasta mil veces superior a la de cualquier llamarada solar registrada. Para que un evento de esta naturaleza ocurriera aquí y tuviera consecuencias similares a las de la película, se necesitaría una combinación altamente improbable de factores: una superfulguración de potencia colosal, una eyección de masa coronal dirigida directamente hacia la Tierra con una velocidad y un campo magnético tan intensos que aniquilaran la magnetosfera, y un mecanismo de transferencia de energía que calentara la atmósfera de manera instantánea y letal.
Los consensos científicos actuales indican que la probabilidad de que el Sol genere un evento de esterilización planetaria en una escala de tiempo humana (siglos o milenios) es extremadamente baja. Nuestra estrella ha demostrado una estabilidad notable durante sus 4.600 millones de años de existencia. El riesgo inminente y real no es la aniquilación por fuego, sino la vulnerabilidad de nuestra infraestructura tecnológica ante una tormenta solar severa, un recordatorio de que nuestra civilización, pese a sus avances, sigue dependiendo de los humores de una estrella.
En conclusión, Presagio toma un fundamento científico genuino —la capacidad del Sol para generar tormentas destructivas— y lo lleva a su expresión más hiperbólica y dramática. Mientras la película explora el terror de una fatalidad inevitable e instantánea, la verdadera lección reside en prepararse para una amenaza más plausible: la de un colapso tecnológico prolongado causado por un evento similar al de Carrington, un desafío de resiliencia para el que la humanidad debe comenzar a prepararse.