Un estudio Austriaco afirma que la existencia de civilizaciones avanzadas en la Vía Láctea son extremadamente raras

La investigación sugiere que, incluso si la vida microbiana es común, la ventana temporal para el desarrollo de inteligencias tecnológicas coexistentes es astronómicamente estrecha, situando a la civilización humana más cercana a posibles 33.000 años luz de distancia.

Un nuevo modelo astrobiológico desarrollado por científicos austriacos arroja una conclusión que invita a la reflexión: las civilizaciones tecnológicamente avanzadas capaces de comunicarse a través del cosmos podrían ser una rareza excepcional en nuestra galaxia, la Vía Láctea. La investigación, presentada en la reunión conjunta EPSC-DPS 2025 en Helsinki, introduce estrictos criterios geológicos y atmosféricos que, aplicados estadísticamente, pintan un panorama de soledad cósmica.

El estudio, liderado por el Dr. Manuel Scherf y el profesor Helmut Lammer del Instituto de Investigación Espacial de la Academia Austriaca de Ciencias en Graz, utiliza la Tierra como modelo de referencia. Su hipótesis central es que para que un planeta similar al nuestro desarrolle una biosfera compleja y, eventualmente, una civilización tecnológica, debe cumplir con una serie de condiciones críticas que se extienden a lo largo de miles de millones de años. No basta con estar en la zona habitable de su estrella.

Según los investigadores, un planeta requiere una cantidad inicial significativa de dióxido de carbono (CO₂) en su atmósfera para impulsar el efecto invernadero necesario para mantener agua líquida y, por ende, la vida. Sin embargo, la clave reside en la capacidad del planeta para reducir progresivamente esos niveles. Este proceso de reducción depende de dos mecanismos interconectados: la existencia de vida misma y, crucialmente, de una tectónica de placas activa que separe y almacene el carbono en el interior del planeta durante eones.

El caso de la Tierra es ilustrativo. Nuestro planeta partió de una atmósfera con al menos un 6% de CO₂. Gracias a la tectónica de placas y a la acción de organismos fotosintéticos, ese porcentaje se redujo a una fracción del 1%, permitiendo una atmósfera rica en oxígeno. Este aumento de oxígeno, hasta el nivel actual del 21%, fue un requisito indispensable no solo para la vida compleja, sino también para el desarrollo tecnológico, ya que procesos fundamentales como la fundición de metales son inviables con niveles de oxígeno inferiores al 18%.

La ventana de oportunidad, sin embargo, no es infinita. El modelo austriaco calcula que un planeta con una atmósfera inicial del 10% de CO₂ podría sustentar una biosfera estable durante unos 4.200 millones de años. Con un 1% inicial, este período se reduciría a aproximadamente 3.000 millones de años. Considerando que la vida inteligente en la Tierra tardó más de 3.000 millones de años en emerger, la sincronización entre la evolución biológica y la estabilidad geológica se convierte en un cuello de botella formidable.

Al combinar estos plazos con la probable longevidad de una civilización tecnológica, los autores llegan a una estimación estadística sorprendente. Para que dos civilizaciones existan de forma simultánea en la galaxia, la civilización más longeva debería persistir durante al menos 280.000 años. “Para que existan 10 civilizaciones simultáneamente con la nuestra, la vida media debe ser superior a 10 millones de años”, afirmó el Dr. Scherf. “El número de inteligencias extraterrestres (ETIs) es bastante bajo y depende en gran medida de la vida de una civilización”.

Esta conclusión no disuade a los científicos de la búsqueda; por el contrario, la refuerza. Scherf y Lammer argumentan que la única forma de validar o refutar su teoría es continuando la exploración. “Aunque los ETI pueden ser poco frecuentes, solo hay una manera de descubrirlo realmente: buscándolos”, declaró Scherf. Un hallazgo positivo sería uno de los mayores avances científicos de la historia, mientras que la ausencia de resultados fortalecería la plausibilidad de su modelo.

El trabajo de Scherf y Lammer no sugiere que la vida sea inexistente más allá de la Tierra, sino que el camino hacia una civilización capaz de alterar su planeta y proyectar su presencia al espacio está plagado de obstáculos y requiere de una cadena de eventos de una duración y precisión asombrosas. Este estudio aporta un marco teórico sofisticado que trasciende la clásica Ecuación de Drake, incorporando la geofísica planetaria como un pilar fundamental en la ecuación de la vida inteligente. Lejos de ser una sentencia de soledad, redefine la búsqueda de inteligencia extraterrestre no como una exploración de vecinos inmediatos, sino como la caza de los tesoros más excepcionales y preciados del cosmos.

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