“Vida extraterrestre podría ser capaz de absorber rayos cósmicos” La revolucionaria teoría que postula los rayos cósmicos como combustible de vida extraterrestre
Un estudio astrobiológico propone que microbios en mundos sin atmósfera podrían alimentarse de la radiación de alta energía de las supernovas, redefiniendo por completo el concepto de “zona habitable” en nuestra galaxia.
La búsqueda de vida más allá de la Tierra se ha guiado tradicionalmente por un principio fundamental: la necesidad de la energía de una estrella. Sin embargo, una investigación innovadora publicada en el International Journal of Astrobiology desafía este paradigma al sugerir que las formas de vida extraterrestre podrían evolucionar para aprovechar una fuente de energía omnipresente y extremadamente violenta: los rayos cósmicos galácticos. Este hallazgo amplía exponencialmente los confines de dónde podría prosperar la biología en el cosmos.
El Alimento Subatómico de las Supernovas
Los rayos cósmicos galácticos son proyectiles subatómicos—principalmente protones—acelerados a velocidades cercanas a la de la luz por eventos cataclísmico s como las explosiones de supernovas. Con energías miles de millones de veces superiores a la luz solar, esta radiación es typically considerada un agente esterilizante, capaz de dañar irrevocablemente el tejido celular. En planetas como la Tierra, una densa atmósfera y un fuerte campo magnético actúan como escudos esenciales contra este bombardeo constante.
No obstante, el nuevo estudio, liderado por la astrobióloga Dimitra Atri de la Universidad de Nueva York en Abu Dabi, da un giro a esta narrativa. La investigación se basa en un análogo terrestre: el microbio Desulforudis audaxviator, que habita a gran profundidad en minas sudafricanas. Este organismo no depende del Sol, sino que obtiene su energía de los electrones liberados por la desintegración radiactiva de las rocas circundantes, un proceso conocido como radiólisis.
Una Dieta de Radiación en Mundos Lejanos
El equipo de Atri aplicó este concepto a entornos extraterrestres. Mediante simulaciones por computadora, modelaron el impacto de los rayos cósmicos en las superficies de Marte, Europa (luna de Júpiter) y Encélado (luna de Saturno)—cuerpos celestes con atmósferas tenues o inexistentes. Los resultados indicaron que la radiación incidente generaría cascadas de partículas secundarias, liberando una lluvia de electrones utilizable como fuente de energía.
Microbios similares a los géneros Geobacter o Rhodopseudomonas palustris en la Tierra, que son capaces de “comer” electrones directamente de minerales o conducirlos a través de nanocables biológicos, podrían, en teoría, evolucionar para aprovechar este flujo constante de partículas energéticas. Los cálculos del estudio estiman que comunidades de hasta decenas de miles de estos microorganismos por centímetro cúbico podrían subsistir entre medio metro y dos metros bajo la superficie, protegidos de las condiciones extremas pero alimentados por la radiólisis cósmica.
Redefiniendo la Búsqueda de Vida en la Galaxia
Las implicaciones de esta teoría son profundas. Extiende la noción de zona habitable más allá de la dependencia del calor estelar, creando lo que algunos expertos denominan una “Zona Habitable Radiolítica”. Esto incluiría no solo lunas heladas distantes, sino también una multitud de mundos errantes que flotan libremente en el frío vacío interestelar, alejados de cualquier sol, pero bañados por el mismo mar de rayos cósmicos que inunda la Vía Láctea.
Abel Méndez, director del Laboratorio de Habitabilidad Planetaria de la Universidad de Puerto Rico, calificó el enfoque de “innovador” y crucial para considerar la vida en cuerpos celestes lejanos. Por su parte, la científica planetaria del MIT Sara Seager, quien no participó en el estudio, lo elogió por ser “sumamente ingenioso” al reunir evidencia sobre cómo la radiación de alta energía puede ser beneficiosa.
El mayor desafío que presenta esta elegante teoría es su detección. La vida que se alimenta de rayos cósmicos probablemente estaría oculta en el subsuelo, sin dejar firmas biológicas obvias en la superficie o en la atmósfera. La confirmación requerirá, por tanto, una exploración física directa. Misiones futuras, como el rover europeo Rosalind Franklin y la misión china Tianwen-3, ambas con planes de perforación en Marte hacia finales de esta década, podrían ser la clave. Al analizar las profundidades del regolito marciano, la humanidad podría finalmente descubrir si el menú del universo incluye un platillo tan exótico como los rayos cósmicos.